Escritos Sobre Arte Mexicano
Jean Charlot

Editado por Peter Morse y John Charlot

© 1991--2000
Peter Morse y John Charlot

Notas Bibliográficas
Índice


Recuerdo de Leopoldo Méndez

Leopoldo Méndez es el que más fielmente, entre los miembros de nuestro grupo, siguió a través de toda su vida los ideales con los cuales empezamos a trabajar en los 20.

Ser artista es una profesión algo desabrida por tener tal vocación interpretaciones divergentes y casi opuestas.

El artista que se puede llamar "de salón" es una adición casi obligatoria a la dolce vita de una élite. Con o sin genio, su presencia da sal y refinamiento a conversaciones cultas. Por lo demás, el hecho de que el precio de sus cuadros alcanza a veces niveles algo estratosféricos le permite al artista considerarse "uno de ellos" entre las gentes de bolsa gorda.

Cuando empezamos a trabajar hacia los 20, nuestro concepto era totalmente distinto. Veíamos al artista como artesano, una de las gentes que trabajan con sus manos. Creíamos entonces que este don de pintar, de esculpir o de grabar--sea con o sin genio--no era un fin en sí mismo, sino simplemente un modo especial de servir a la gente, al dar validez óptica a los anhelos de otros, menos articulados.

Aunque todos empezamos firmes en este ideal, en las décadas siguientes fue difícil preservar intacto tal credo. El que hace obras de arte raramente siente asco cuando llega la oportunidad de ser ensalzado como superhombre. Entonces su obra, pulidamente manejada por dealers, a veces no parece tener otro fin que el de añadir un resplandor más a los aventajados que pagan el precio.

Entre los compañeros de este tiempo ya lejano, en el cual nuestros contactos con art dealers y amantes del arte eran escasos, o más bien inexistentes, Leopoldo Méndez fue el que mejor supo manejar su vida sin desviarse de los ideales de la juventud. Por cierto, con el tiempo también le llegó la fama, una fama sumamente merecida. Pero él nunca dejó de ser, públicamente y en su ser más íntimo también, un artesano que trabajaba con sus manos.

La imagen más clara que tengo de Méndez es aquella de uno entre tantos otros obreros plásticos en el Taller de Gráfica. Él prefirió disciplinar su visión y su inspiración luchando, gubias a mano, con materias duras, en vez de deleitarse con la caricia suave de la brocha sobre la tela.

Nunca permitióse Leopoldo ganancia con pretexto de ser el arte cosa rara y cara. Recordando con anhelo los tiempos primitivos de la Gazeta Callejera, del Machete y de las hojas sueltas de a diez centavos, Méndez insistió en preciar sus grabados con un absoluto mínimo.

Coleccionadores y museos mucho lo apreciaron por cierto.

Pero para él fue más bien éxito y gloria el hecho de que sus obras nunca dejaron de circular entre las mismas gentes del pueblo, que eran sus modelos y su inspiración.

Hoy ya podemos, con tristeza amistosa, tratar de sumar el sentido profundo de la vida de Méndez. Por cierto, su arte maduró al hilo de la vida, tanto técnica como estéticamente. Pero él supo madurar sin envejecer, es decir, sin menospreciar o traicionar nunca los ideales que tuvo de joven.

Fue artista mayor Méndez a pesar de la escala menor de muchos de sus grabados. Pero para definir lo más profundo de su personalidad, es más acertado saludar con emoción a Méndez, el artesano.

 

Carta a Alberto Beltrán

Carlos Mérida, Coloso del Arte Mexicano

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